Basta ya de maltrato animal disfrazado de tradición
No escribo esto desde el enfado ni con intención de sentar cátedra.
Solo necesito poner en palabras algo que me remueve desde hace tiempo.
Es una reflexión en voz alta, tan personal como imperfecta.
A estas alturas, una ya no puede mirar hacia otro lado. Cada verano, cada fiesta, cada procesión… nos encontramos con imágenes que duelen: toros torturados, caballos forzados a desfilar entre multitudes ... “porque siempre se ha hecho así”.
Lo siento, pero no.
No puedo, no quiero y no entiendo cómo en pleno siglo XXI seguimos permitiendo estas prácticas.
Las tradiciones, por muy nuestras que sean, no pueden estar por encima del bienestar de los seres vivos.
Porque una cosa es celebrar la cultura y otra, muy distinta, es perpetuar la crueldad.
Y lo más grave es que parece que hay animales de primera y de segunda.
Nadie se escandaliza al ver a un perro con jersey y zapatillas por la calle, pero muchos callan ante el abandono sistemático de galgos y podencos cuando ya no sirven para cazar.
En algunos pueblos he visto con mis propios ojos a perros de caza en condiciones lamentables. Atados, sin espacio, sin cuidados mínimos… como si su vida valiera menos.
¿Dónde está el amor por los animales ahí? ¿Solo cuando nos conviene?
Esto no va de ideología.
Va de empatía. De evolución como sociedad.
Y me temo que aún nos queda mucho camino.
Las redes sociales están llenas de ejemplos: turistas que graban a caballos exhaustos en ferias populares, sin apenas agua, bajo el sol, arrastrando peso durante horas mientras la gente baila y bebe a su alrededor.
Imágenes que deberían incomodarnos a todos.
Y no me excluyo. Un ejemplo que me toca de cerca, y con el que llevo tiempo en conflicto, es el paseo en camello por el Parque Nacional de Timanfaya, aquí en Lanzarote.
No tengo duda de que están bien cuidados, que hay cariño, que se siguen normas…
Pero también creo que ha llegado el momento de repensar ese tipo de actividades.
No podemos hablar de turismo sostenible ni de respeto por el entorno mientras seguimos subiendo turistas a lomos de un animal como si fuera lo más normal del mundo.
Quizá no se pueda eliminar de un día para otro, lo entiendo.
Pero sí podemos empezar a hablar del tema, buscar alternativas, dejar de justificarlo todo con la palabra "tradición".
Y ojo, no pretendo ir dando lecciones. Esto no es más que mi punto de vista, que puede estar lleno de matices y contradicciones. Pero creo que es sano cuestionarse ciertas cosas.
Porque al final, el respeto también se manifiesta en los pequeños gestos.
Y no hay costumbre ni herencia cultural que justifique el sufrimiento.
Esta no deja de ser una reflexión personal.
Pero si remueve a alguien más por dentro —aunque sea un poquito— ya habrá valido la pena compartirla.